Lo que está en juego en la segunda vuelta electoral no es cualquier cosa

Cuando se habla de principios, no puede haber nada que esté por encima de la defensa al derecho a la paz. Acá es donde algunos dirigentes vacilan y, por omisión, les despejan el camino a sus oponentes políticos y, por lo tanto, a los proyectos políticos que son contrarios al acuerdo de paz.

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Artículo de opinión por José Girón Sierra, socio del IPC
Investigador en residencia del Observatorio de Derechos Humanos y Paz

No hay la menor duda de que en el actual proceso electoral asistimos a una reedición del Plebiscito por la Paz, convocado en octubre de 2016 para legitimar el acuerdo final entre el Gobierno colombiano y la insurgencia de las FARC-EP. En aquella ocasión el NO a los acuerdos de paz ganó por un escaso margen que puso en evidencia la alta polarización que vive el país.

En una campaña electoral, atravesada por el odio, la mentira y todo tipo de manipulaciones de la realidad para incidir en la voluntad popular, sorprende que las fuerzas del SÍ en el plebiscito superaron de manera significativa a las fuerzas del NO en esta oportunidad.

Ello se aprecia en la importante y significativa votación de los proyectos políticos alternativos liderados por Gustavo Petro y Sergio Fajardo. Si sumamos las votaciones de la Colombia Humana, la Coalición Colombia y el candidato del partido Liberal, Humberto de la Calle, encontramos que estas alcanzaron en total de 9’838.261. Esto es 962.695 votos más que los obtenidos por Iván Duque y sus aliados, sumándoles la votación de Germán Vargas Lleras, que sumaron un total de 8’875.566 votos.

La realidad política, si se quiere la voluntad popular, hoy impone decidir entre dos proyectos políticos claramente divergentes: el de la Colombia Humana, liderado por Gustavo Petro, y el de Iván Duque, candidato del Centro Democrático; partido que aglutina a las fuerzas políticas que se oponen al proceso de paz y que representan la derecha colombiana.

En un momento en el cual la implementación de los acuerdos de paz atraviesa su peor momento, este es un mensaje que no se puede soslayar: mayoritariamente hay un respaldo al proceso de paz y a su efectiva implementación, y hay un rechazo a los proyectos políticos que no han cesado en atravesarle palos al proceso y que quieren reeditar la guerra.

Los resultados también muestran el clamor por el cambio de una élite gobernante corrupta que ha sumido al país en la desesperanza y que, apelando a las herramientas propias de los más bajos instintos y las más degradas prácticas políticas, desesperadamente se quiere aferrar al poder.

Esta lectura de lo ocurrido el 27 de mayo, debe ocupar seriamente la atención por toda esta masa, que, de manera libre y consciente, depositó un voto por la esperanza. La razón es simple: Las fuerzas que representan el statu quo están unidas, pero quienes anhelan el cambio y un NO rotundo a la guerra, no lo están, entre otras cosas, porque sus dirigentes, que no se han apartado de su talante caudillista y de un proceder construido sobre la base de sus cálculos electoreros, han sido inferiores a la responsabilidad ética y política que demanda la coyuntura de lo que está en juego. Es sobrecogedora la falta de liderazgo de Sergio Fajardo y de Humberto De la Calle, por sus ambigüedades, y la falta de precisión en sus posturas post primera vuelta, en un momento en el que se reclaman actos que, a manera de ejemplo, den un mensaje contundente a la sociedad, sobre cómo proceder electoralmente en una coyuntura tan crucial como la que vive Colombia.

Cuando se habla de principios, no puede haber nada que esté por encima de la defensa al derecho a la paz. La posibilidad de que este principio sea una realidad en un país como Colombia, que sólo sabe de la guerra y de todo tipo de violencias, comenzó con el Acuerdo de La Habana, posteriormente firmado en el Teatro Colón, que hoy reclama por ser implementado. Acá es donde algunos dirigentes vacilan y, por omisión, les despejan el camino a sus oponentes políticos y, por lo tanto, a los proyectos políticos que les son contrarios.

Pero siempre se ha dicho que el ciudadano libre, más no la masa amorfa del pueblo, a quien se le atribuye la llamada sabiduría popular, debe ser superior a sus dirigentes y sabrá develar qué es lo que, propiamente, se está decidiendo el próximo 17 de junio. No es si Gustavo Petro es o no un buen administrador, no es si Gustavo Petro supuestamente va a expropiar a los ricos y a convertir a Colombia en otra Venezuela. Es si Gustavo Petro, no sólo va a respetar los acuerdos de La Habana, sino que los va a desarrollar. Es si Gustavo Petro   va a poner en aprietos a los corruptos. Es si Gustavo Petro defenderá la actual constitución política y hará realidad el Estado de derecho consagrado en ella.

Los números así lo demuestran: se puede ganar si nuestra decisión es coherente con el reto que se desprende de lo que está en juego en el país y de ser fieles al principio fundamental del derecho a la paz. El balón juega, pues, en esta ciudadanía libre que irrumpió como un hecho relevante en las pasadas elecciones. NO podrá olvidarse que abstenerse o votar en blanco el 17 de junio es, en la práctica, un voto por el candidato que hoy representa lo más regresivo como proyecto político y como concepción de sociedad.


 * Las ideas aquí expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y en nada comprometen al Instituto Popular de Capacitación (IPC)

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