De la narrativa del miedo, a la narrativa de la esperanza y la paz

Estas narrativas, acalladas en las últimas décadas por la muerte y por el miedo, prometen acercarse a la realidad.

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Por: Soledad Betancur Betancur

Socia del IPC e investigadora en residencia del Observatorio de DD.HH. y Paz

Un nuevo país se dibuja en las calles configurando narrativas que permiten que Colombia, y cada una de sus regiones, se configure como una realidad histórica concreta, posible, que se cohesiona sobre la base de intereses diversos y plurales. Es un momento que transforma el miedo en esperanza y el camino de la guerra hacia la paz.  Es una narrativa que se configura como cohesión simbólica y a la vez como poder para incidir en la construcción de un estado social y democrático de derecho.

Eso que en tantos talleres encuentros y seminarios, hemos llamado una agenda de país, ha salido de ese encuadre acantonado y se ha configurado en una narrativa que por décadas hemos soñado, cuyos trazos se dibujan en cada marcha, en cada encuentro, desde cada columna de opinión, desde cada debate, desde cada nueva alianza que nos hace decir más fuerte que estamos avanzando hacia un camino diferente, desde cada destello de humor que fluye por las redes dejando la esperanza que promete curar esa llamada plebitusa del 2 de octubre de 2016.

En medio de voces y de marchas, de plazas llenas y de imágenes creadas por un realismo que parece mágico, pero que se acerca cada vez más a la realidad, a la articulación en medio de la diferencia, se va configurando un proyecto de país que se constituye sobre la política del amor y no sobre las metáforas del odio. Este proceso va dejando claro que no es en torno a un caudillo, que la articulación se da porque busca derrotar el clientelismo y la corrupción, apuesta que se evidencia con un sencillo canto: “yo vine porque quise a mí no me pagaron”.

Estamos ad portas de una decisión estratégica. “Domingo Humano”, titula la columna de Enrique Santos Molano en el periódico El Tiempo. “Voto por que nadie esté por encima ni por debajo de nadie ante la ley”, dice Ricardo Silva. “El Voto por las Tierras”, titula Jennifer Mojica en El Espectador. “Votar por un proyecto de país”, por los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTI, dice Catalina Ruiz. “Votar por lo correcto”, dice María Jimena Duzán, por un modelo económico para la vida y no para la muerte, dice Francia Márquez.

Y así, miles de voces, van evidenciando que se llena de sujetos esa Colombia Humana que cataliza esta nueva narrativa donde los recursos públicos son sagrados; la naturaleza es sujeto de derechos; los campesinos y campesinas, las comunidades étnicas, los trabajadoras y trabajadoras urbanas, son los sujetos centrales para la creación de riqueza y simultáneamente para la superación de la pobreza, la desigualdad y la exclusión socio territorial. Donde como dice la constitución, en el caso de la tierra, la propiedad tiene una función social y no puede continuar como la alcancía de los terratenientes, concentrada e improductiva; donde el agua es vida y por eso los páramos se protegen; donde la autonomía socio territorial es posible. En la Colombia Humana los acuerdos de paz no se hacen trizas, se desarrollan y se concretan.

Con Gustavo Petro y Ángela María Robledo encabezando el poder ejecutivo del estado, este país que vamos configurando con estas narrativas, acalladas en las últimas décadas por la muerte y por el miedo, prometen acercarse a la realidad.

 * Las ideas aquí expresadas son responsabilidad exclusiva de la autora y en nada comprometen al Instituto Popular de Capacitación (IPC)

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