
Artículo de opinión por Diego Herrera Duque
En Colombia se ha venido planteando que el debate político electoral presidencial ha tenido un giro. Ya los candidatos no están centrados alrededor de la paz, que parece se volvió secundaria al interés de la opinión y los futuros votantes, sino que están concentrados en el campo político ideológico de izquierda y derecha, a razón de la ascendencia del llamado “fenómeno Petro”, y de la repuntada en las últimas semanas del candidato de la coalición de la ultraderecha, Iván Duque. Todo apunta a que ambos serán los elegidos en la consulta que se vivirá este 11 de marzo en la jornada por las elecciones legislativas. Pero el pegamento de ese giro en una agenda polarizada, sigue amarrado a la política del amor o del odio. Ese es el continuum del cambio de escenario de discusión electoral.
Pero la agenda de paz sigue tras escena y no de cualquier modo. A ojo de buen cubero, sin mucho esfuerzo, se puede observar de manera clara que un grupo de las candidaturas ha apoyado y apoya la paz en Colombia, y el otro se opuso de manera radical y sigue desplegando un discurso para la guerra. Es cierto que en las mediciones en la opinión de los temas de agenda del país, el acuerdo de paz no es prioritario para la gente, pero sigue estando detrás de bambalinas en las prácticas, emociones y sentimientos que tratan de movilizar a la ciudadanía, tras la polarización vivida en el país a raíz del plebiscito por la paz. La derecha sigue tratando de capitalizar los votantes del “No” dando continuidad a la estrategia de votar verracos contra las propuestas que propone la izquierda y asumiendo distintos repertorios de distorsión. La izquierda busca atraer a los votantes del “Sí” adhiriendo a la construcción de la paz la demanda de nuevos temas que preocupan a un sector de la sociedad como la desigualdad, el cambio climático y la corrupción.
A esto se ha venido sumando, con más peso, el discurso político de tiempos de guerra fría de la ultraderecha. La falacia que vienen pregonando del supuesto “castrochavismo” que representa Petro, con su ingrediente de ignorancia, mentira y odio, y que fue el coctel predilecto —confesado por ellos mismos— para oponerse a la firma del acuerdo de paz y hacer la promesa de acabarlo estando en el poder. Lo que esto muestra, es que siguen cabalgando sobre la idea del nuevo enemigo interno y profundizando la polarización del país. Terminada la negociación con las FARC, el nuevo enemigo en el debate electoral es Petro. Sin embargo, a Iván Duque, “el elegido de Uribe”, le toca presentarse como el candidato de la renovación, la esperanza y el consenso, haciendo maromas para decirle al país que no volverán trizas el acuerdo de paz y cargando con el fardo de la sombra de Uribe y su séquito más reaccionario, con una estela de escándalos en los últimos meses por investigaciones judiciales contra el expresidente y con una imagen saturada ante el país. Así que es poco de la cacareada renovación y más de lo mismo.
Algo similar les pasa a los líderes de Cambio Radical y su candidato Vargas Lleras, que se ha presentado por firmas, insiste en la oposición a lo logrado en La Habana, y hace la promesa de brindar más seguridad vinculando civiles y de generar garantías para los empresarios. Pero muchos desearían que este partido se mirara así mismo, pues el afán de lograr apoyos en las regiones para su líder natural, lo ha llevado a alianzas poco santas con sectores comprometidos con investigaciones de parapolítica y corrupción. También, más de lo mismo.
A Fajardo, quien ha venido descendiendo en la favorabilidad, le están cobrando su estrategia del ni – ni (ni lo uno ni lo otro), la cual se vuelve insuficiente en un debate presidencial nacional, al no tener postura clara frente a temas sensibles a la opinión como la guerra y la paz. Si algo se destaca de este sector es la bandera anticorrupción enarbolada, pero en Colombia son tantos y tan recurrentes los escándalos por corrupción que hemos terminado por naturalizarla, y un reto mayor es hacer consciente en la ciudadanía sus implicaciones para la sociedad.
De Gustavo Petro, el acierto está en que su agenda ambiental, de energías limpias, equidad social y confrontación a las prácticas de corrupción en la política, ha logrado movilizar la franja de jóvenes, sectores marginales e indignados en un país que los ha caracterizado como apolíticos, manipulables o desentendidos de la cuestión electoral. Dicha franja de la población se ha sentido seducida con la propuesta de gobierno de este aspirante que sigue despertando temores en los distintos sectores del establecimiento porque representa un proyecto de sociedad distinto. Pero como candidato, requiere más estructura de partido y la capacidad de armar proyecto colectivo más allá de su figura personal.
Hasta ahora, para la primera vuelta electoral a realizarse en mayo, no fue posible que surgieran coaliciones más amplias alrededor de la izquierda y la derecha, como las que podrían surgir entre el centro, la izquierda y liberales progresistas, de un lado; y la derecha y ultraderecha, del otro. Pero lo claro es que estas coaliciones serán definitivas para la segunda vuelta a realizarse en junio. En este campo, las posibilidades de juntar a Gustavo Petro, Sergio Fajardo, De la Calle y Piedad Córdoba, así como a Martha Lucía Ramírez, Iván Duque, German Vargas, Vivian Morales y sectores del Partido Conservador, tendrán también tras de sí los resultados de los comicios legislativos del próximo 11 de marzo, que definirán muchos de los respaldos de congresistas y políticos locales y regionales, pero también la realización de acuerdos programáticos y burocráticos.
Lo realmente importante será que la ciudadanía logre movilizarse en las urnas frente al debate programático y lo que representa cada sector que aspira al poder: dos modelos de país, de Estado, de sociedad, para hacer frente a los viejos y nuevos problemas que aquejan a los colombianos. Ello implicará superar la denominada emocracia[1], como forma de resolver las diferentes sensibilidades políticas presentes hoy, que hace compleja relación entre la política del amor y el odio, base de la polarización que antes fuera entre la paz y la guerra, y hoy está en el debate entre izquierda y derecha.
* Las ideas aquí expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y en nada comprometen al Instituto Popular de Capacitación (IPC)
[1] “Emocracia global: una pasión ideológica, enajenada y obesa de certidumbres absolutas, lo cual desafía cualquier sensatez, cualquier alteridad, cualquier respeto a la diferencia. Sus consecuencias son predecibles: redes de informantes, caza de brujas, odio combinado con fe y creencia. Las sensibilidades contemporáneas globales son su mejor ejemplo. La emocracia ha permeado toda la cultura, formando ciudadanos obedientes que dan un sí a la destrucción de sus adversarios, un sí a su aniquilamiento y, lo peor, votan por la guerra” (Recuperado el 8 de Marzo de 2018 de: http://www.eldiplo.info/portal/index.php/1851/item/126-la-emocracia-global)